No era tan fácil explicar lo que ocurría de día. Por la noche, todo parecía ir bien; entre las pesadillas indómitas y los letargos eternos. Pero durante el día, Alice se convertía en otra persona.
Cada uno de los pasos que la llevaron a las computadoras perpetuas, la continuaban molestando de solo recordarlos, desde los ojos hinchados por despertar temprano sin quererlo, hasta los paseos en tren con las ventas hasta el cuello, y sin saber muy bien por qué, ella seguía sintiendo que vivía la vida de alguien más.
Había una pregunta constante, una duda existencial y casi tragedia. ¿Por qué haces lo que haces cuando lo haces incluso no queriendo hacerlo? La respuesta que se daba era: no eres tú.
Todas esas explicaciones que responsabilizaban a un ente controlador, a un espíritu opresor o al simple y maligno hado, comenzaban a perder valor al pasar de los años. Sus teorías locas no paraban y pensaba descubrir algún día si el libre albedrío no existía. No había muchos métodos para llegar al fondo de lo irracional, pero entre la poca lógica lograda por el mundo, ninguna respuesta aparente era la correcta.
El automatismo ya la tenía cansada, y cada vez que se le ocurría hacer algo por sí misma, por la más mínima intención de personalidad que llegaba a recorrer su ser, todo terminaba en catástrofe. Como desbocando al tren de la vía, frustrando de un manotazo el camino de la cuchara de sopa del plato a la boca, el caldo salía disparado por todas partes.
¿El chiste era terminar la sopa, aunque estuviera insípida? ¿No era mejor volcar la sopa si no te gustaba, aunque todo terminara mal? En un mundo de posibilidades, el hecho de continuar en el automatismo por comodidad comenzaba a ser la solución más cobarde que se pudo haber encontrado.
No. No había método que comprobara nada de lo que Alice pensaba, nada que lo confirmara, ni nada que no la hiciera pensar o decir que todo lo ocurrido no era más que una tontería; simples divagaciones al trasbordar de estación en estación, al navegar de tecla en tecla, de rostro en rostro, de vida en vida.
Pero así se le iba. Sí, eso: la vida, tan rápida y efímera, que se acabó en un choque de vagón, sin que lograra descubrir si esa vida era la suya.