Ha pasado un buen rato, desde que en tiempos que parecen lejanos yo sigo llevando a cabo una suerte de misteriosas investigaciones, misteriosas y rigurosas. Las palabras se me fijaban en los dedos y los labios temblaban con una plegaria a la llamada intermitencia, al recuerdo existencial de traiciones y beldades.
En lo más recóndito yacía lo que me podía salvar. En la búsqueda de un ideal perdía un poco de autoridad que siempre existió dentro de mi ser. Las preguntas eran bastantes, cuestiones catastróficas, difíciles de explicar. Me fui sumergiendo en un contexto de guerra y libertad, de tales corrientes e ideologías que la duda se comenzaba a concertar de tal manera que era lo único visible a una distancia imposible de calcular. No quería detenerme a realizar el análisis correcto, me acercaba a un remolino que si me consumía, sería la mejor oportunidad para redimirme.
Mis pecados me agotaban, me enterraban dentro de una fosa que yo misma había previsto. Me resultaba correcto. Era lo que esperaba y tal vez lo deseaba; pagar de una buena vez cada cosa que se había quedado sin resolver, flotando en el aire. Los ensayos se me daban más que una secuencia de acciones bien hechas. Porque mi vida era más pensamiento que acción y tal vez ya no quisiera cambiarlo, encontré en ello cierta fascinación.
¿Qué más daba esa serie de encontrones y pensamientos voraces en conjunto? No era quién para ser consolada, tampoco comprendida. Todos somos uno y pensamos igual pero se finge ser algo más por un intento de estar en la categoria especial. Solamente soy.