Las ganas de abrazarte al despertar eran inmensas. Toda la noche entre campanadas dispersas permanecía tu recuerdo en mí.

Precisamente el recuerdo de sus manos en mi cuerpo, los besos y su aroma me deleitaban en lo que cerraba los ojos y me olvidaba de todos los problemas que me rodeaban.

Tal vez tan solo tu presencia en mi vida me había llenado tanto, que no deseaba nada más. Todo se desataba con una palabra al día, una necesidad que en lugar de aminorarse, crecía.

No pensaba tanto en esas cosas del pasado que en ocasiones dolía, pues se estaba apoderando de mi esa extrañesa, ese deseo de tenerlo cerca una vez más y tan solo sentirlo, besarlo y ya.

Quería expresarlo hasta quedarme seca porque me consumía por dentro, parecía no abarcar tanto  pero lo llenaba todo y me dejaba con ganas  de más. En algún momento llegué a pensar que lo necesitaba pero al final lo negaba y  luego volvía a empezar.

Me sobrecogía cuando me decía palabras amorosas, cariños que podría juzgar como falsos pero los sentía verdaderos y quería tenerlos; así que quería dejar de preocuparme por todo y solo vivir su amor cuando se pudiera, y vivirlo de la mejor manera.

Pensar en él ya era más que costumbre, era lo que construía mis días. Antes lo llegue a considerar malo y sufría por pensar en ello, pero en realidad era más de lo que había pedido.

Quería ser yo, pero quería ser yo con él a mi lado a pesar de todo.

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