Se suponía que debía permanecer en silencio durante un tiempo. Llevaba de esa manera lo que parecía haber sido una eternidad. Era como estar en una soledad perpetua que no me molestaba. Lo que me molestaba era su vana presencia, el dolor que me causaba eso y su desinterés por mi.

Aún no logro entender como se puede estar con alguien por tanto tiempo sin quererlo, sin tener un poco de consideración por sus sentimientos. —Bienvenida a la vida real— me dije a mí misma. Todo es apariencia y solo sirves de pasatiempo, ya no encuentras buenos sentimientos en las personas que te rodean.

Seguía acostada en la cama como cada fin de semana, luego de haberle enviado algunos mensajes al sujeto que amaba, sin que me respondiera nada en absoluto; así sucedía en cada ocasión. Lo que realmente pasaba, es que estaba con su amante, y en el mismo momento en que yo lloraba su ausencia, pasando por la pena, el miedo y la incertidumbre, él disfrutaba el estar cogiéndose a otra.

Lo más triste de mi situación es que o era demasiado estúpida o simplemente me conformaba con esas migajas de amor con que él me había alimentado por años. Ni siquiera se trata de jugar el papel de esposa, ni de novia oficial, porque eso está de más en mis prioridades; la otra mujer se había encargado de pisotearme de a poco y de emplear un maldito juego enfermo para ver a quien quería más.

Yo pasaba todo el tiempo con él, ella se sentía su dueña; yo era su novia y sabía todo lo que hacía y decía porque llegamos al cínico momento de hablarlo. A veces dejaba de importarme y lograba ver la situación como todas aquellas mujeres modernas que fingen que nunca pasa nada. En otras ocasiones explotaba de dolor y nos peleábamos. Él amenazaba con irse, pero no podía dejarme. Yo sólo lloraba por la impotencia de cambiar de decisiones y sentimientos, se sentía como dejar de ser yo misma poco a poco. Estaba atascada en una situación de completa miseria. Los momentos felices eran escasos, mi alma parecía vendida y lo único que pensaba en ese momento, acostada en la cama mirando el techo, era en qué posición se la estaría cogiendo.

El chocolate y la cena que había preparado se terminó rápido. Mi corazón latía acompasado y lastimado. Probé poner mil series para distraerme de lo que ya sabía y volvía a acordarme de él. Sólo sucedía cada fin de semana, así que se supondría que no debía doler por demasiado tiempo, pero en la semana parecía que todo se ponía peor, y no sabía hasta que momento soportaría seguir escuchando y viendo como le llamaba por teléfono a su amante, mientras yo le hablaba y él fingía escucharme, mientras todo lo patético que existe en el mundo se depositaba en mi ser.

No tenía miedo a estar sola, casi siempre lo prefería. Y hombres en mi vida jamás faltaron, de todos los tipos, de todo lo que quería. Pero alguna extraña razón me había unido a él y no me dejaba despegarme. Llevaba años intentando dejar de amarlo, de irme con otro, quedarme sola y odiarlo, tenerlo de amigo, dejar de hablarle, tratarlo mal, tratarlo bien; de todo lo que pude hacer lo había hecho, y ya no me quedaba nada más que cambiarme de país, pero éramos tan tóxicos, que siempre nos buscábamos.

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