La noche caía sobre nosotros y me perpetuaba un ardiente deseo de estar con él en todo sentido. Mark se mostraba como de costumbre, amable y contento, siempre cautivador.
Entramos al departamento y corrí hacia mi cuarto. Le dije que tendría una pequeña sesión de belleza. Me apresuré a la ducha y me llené de perfume. Tenía la esperanza de que notara al fin cuanto le amaba, y después de tanto aguantarme las ganas, no lo haría más.
Me abalancé sobre Mark cuando se sentó en mi cama y terminé derribándolo y acostándome sobre él. Estuvimos así acostados por un buen rato, nos mirábamos y sólo sonreíamos. Nunca habíamos estado tan cerca después de tres años de amistad. No podía ocultar mi alegría, ni él su feliz nerviosismo.
Entre cortas conversaciones y luego de admirar un largo rato sus sonrisas coquetas con la poca luz que entraba por la ventana, al fin sentí de golpe sus labios sobre los míos, y esa noche, supe que podía volar.

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