De repente creía que todo era perfecto y que estaba funcionando cuando jamás fue así. Podía garabatear, imaginar y repetir su nombre en mi cabeza cuántas veces quisiera, pensando que era el héroe de la historia mas grandiosa que pudo haber sido escrita, y que con la perfección del inicio de nuestra historia, no había razón alguna para preocuparse porque nuestra conexión estaba calimbada sobre nuestras almas, pero eso no lo convertía en realidad.
Como era de esperarse en cada una de las tristes tragedias que conformaban mi vida, las cosas comenzaban a complicarse. Me encontraba dentro de un nuevo caso de aquellos que me rompían el corazón y tenía que pagar caro por cada vez que una sonrisa surcara mi rostro aunque fuese por un tiempo mínimo plagado por la más inmensa alegría, y en donde el goce y el placer estaban a primer orden del día.
Después, él abrió la boca y fue matando todo eso que fui plantando. De una sola fumigada todo se seco. Ni siquiera brotaron las lágrimas porque supongo que no me quedaba ninguna. Sé que es triste de decir, imaginar o de pensar, pero para mi solo era un fracaso nuevo agregado a la cruda realidad que siempre envolvía mis historias románticas. No existía el final feliz de los cuentos de hadas. Ya lo sabía, pero solía olvidarlo a mitad de camino. Mis conclusiones eran que me enamoraba a lo pendejo y de un pendejo, una y otra vez, sin parar. Esa era la historia real que debía contar. Mi intuición me lo advertía pero yo continuaba dándole una oportunidad a los sentimientos.
Tal vez era eso lo que hacía que me dijeran aburrida, por lo que tal vez antes sentía que no existía, y que ya ni siquiera quería saber más. Porque en mi propia mente yo no representaba emoción y no tenía nada. Solo era una infeliz hoja arrugada y usada.
Uno de los problemas en los que constantemente me encontraba sometida se trataba de una suerte de masoquismo, o tal vez era algo más complejo. Estaba con quien no me apreciaba y rechazaba al que quizás sí. En la psicología se explicaba este fenómeno con la búsqueda de lo familiar; el dolor que tal vez me habían causado en ese entorno ahora lo buscaba en el ámbito romántico. Era una estupidez cerebral.
Sabía que existía un amor sano, pero, ¿en dónde encontrarlo? Me han contado que no existen los finales felices, pero me sigo negando a creerlo.