Me encontraba mirando el espejo con gesto de psicópata, sin articular palabra alguna, consciente del nivel de sadismo que comenzaba a recorrer mi cuerpo. Me reía casi a carcajadas de solo pensar en los últimos días mientras mis ojos llorosos se opacaban y las lagrimas salían a nublar mi rostro, pero la sonrisa no se evaporaba.

Me preguntaba en dónde quedaron todos esos cuentos patéticos que le dieron sustento a mi transitar mágico por el camino amarillo y a todo aquello que me internó repentinamente en el mal, como para hacerme creer que valía la pena arriesgarlo todo por amor. Lo que nunca me contaron fue esa parte de la historia en la que conseguir ese amor podía matarme antes de lograrlo. Me quedé mirando desde lejos, aglutinado de dolor, porque no quedaba nada.

Me arrastraba como lombriz en el lodo, me sentía observado y continuaban las risas. Me reía de mi mismo sin poderlo evitar, me laceraba y lloraba, figurativamente, gritaba y suplicaba que nada hubiese pasado de la manera en que ocurrió. Deseaba haberlo evitado todos, anhelaba el olvido, la amnesia, que se erradicara ese sentimiento de estupidez que corría por mis venas. Quería pensar que me podía alejar simplemente corriendo, pero sabía que no era así. Al final, todo me sofocaba, me apagaba y me desgarraba el alma.

¿Quién querría tolerar semejante afrenta? Podía culpar al destino de lo que me había ocurrido, a mi deseo genuino de equilibrio, o al maldito amor que llegaba con sus garras acosadoras a destrozarme de a poco, y de tan poco que ni siquiera lo noté hasta que me vi roto casi por completo. No se pudo evitar.

¿Por qué no mandar todo al carajo de una buena vez y procurar mi salud mental y estomacal? La pena no valía el riesgo, el riesgo no valía la pena.

Ahora no podía tan solo borrar todo cuanto me había hecho sonreir por tanto tiempo, quería hacerlo y sentía que no podía, nunca fui tan fuerte. Solo me matenía cuerdo el conocimiento de que la razón siempre triunfaba sobre el corazón y estaba demostrado con situaciones precedentes.

La solución era alejarme, irme aunque me fuese llorando a carcajadas.

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