Nada era como me lo esperaba y la ligera flama que inundaba mi alma se comenzaba a apagar. Una frase redondeada surcaba mi cabeza y se estimulaba con la pregunta: ¿quién mata con más rigor? De pensar no cesaba, pero ya tenía cierto dominio en la mascarada; a pesar de todo, no quería continuar.

Reconocía el fondo del dichoso espectro y podía asimilar que todo era una simple ilusión perpetua, así que no me quedaba opción alguna, solo mandarme al diablo a mí misma, a su amor y a sus mentiras.

Todo lo que sabía se tornaba confuso cuando se trataba de él, yo ya estaba cansada de jugar esas tretas. No era suficiente, no me abastecía, ni me complacía.

Estuve por semanas con el alma en el futuro, y me olvidaba de a poco del lema seguro que implicaba un presente completo y un cariño en vastedad. Tal vez no confiaba en mí, ni en ti, tampoco en lo que no eramos, porque tu no demostrabas nada. Quería olvidar y bloquear todo rastro de ligero cariño que me había empezado a envolver entre tus abrazos engañosos. —Aquí no hay nada — me dices y susurras tu monstruosidad mientras mis entrañas estúpidas la niegan y mi cerebro blasfema. Debía hacerle caso a cuánto se añadía a la pila de argumentos que me dictaban que me alejara de ti. Pero permanecía atada a unos besos que permitirme no debí, porque me embelesaron y me privaron de la libertad.

A pesar de esa constante dualidad con que vivía, sobre el querer y la posibilidad de rechazar, sobre odiar el tiempo que permanecía a tu lado porque me gritabas con los ojos que me ibas a lastimar, mientras no quería permitir que mis malas historia se repitieran y me ocasionaran pesadillas eternas, yo solo deseaba decir: no, gracias, y dejar de estar ahí. Tal vez así sería hasta que fuese arrojada a la basura como última opción, en una suerte de castigo por mi pusilanimidad, porque no tenía las agallas necesarias para decir basta a cada problema que se me presentaba, para establecer límites, y no me ponía a mi misma por encima, como principal, como la única que realmente importaba, solo iba aceptando mierda a cambio de algunos momentos felices que se plagaban de dolor y sufrimiento con intermitencias.

No sabía que hacer y suponía que el hecho de plasmarlo aclararía mis ideas. Hace unos cuántos días pensé en sólo mandarte muy lejos de aquí y de mi mente vetarte. Lastimeramente no lo hice y quizas no lo haré jamás. Solo me dediqué a hablar como una idiota de lo que debería y no he sido capaz de hacer.

No me quedaba nada y mi resolución era vana, solamente me quedaba aclarar que la estrategia tenía que cambiar, aunque lo que dijera no te importara, y aunque tú sí pudieras vivir sin mí, yo debía aclarar que todo tendría repercusiones, es decir, cada acción acarrearía una consecuencia. Nada de esto es lo que imaginé alguna vez, y a pesar de las vastas oportunidades que solía dar para ser pisoteada del corazón para fuera, ya no lo iba a permitir. No, gracias, no funcionaba así.

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