No fue fácil encontrar un lugar de paz, lo más tortuoso fue que cuando lo encontré, no era realmente un lugar, era alguien. Mientras más feliz he sido, más es lo que he perdido. Es como si la felicidad trajera consigo una suerte de miedo a que la dicha se disipe y después llega la tragedia como un metal al imán.

En mis pensamientos más decadentes me encuentro trabajando sin descanso, sin mérito y para perderlo todo con la muerte, por eso a veces no encuentro el sentido. Luego brillo y me aborrecen, los que me querían me odian y quieren verme caer, yo me esforzaba por ellos, por merecerlos. Ahora solo esperan un error para usar mi alma como saco de boxeo. Todo se vuelve igual, un poco más de lo mismo. Los pequeños destellos de alegría que he tenido se van, me los quita una fuerza invisible y no es suficiente para mí la energía que emiten. No es suficiente.

Me quedé atrapada en un calabozo y en cada circunstancia en la que me permití sentir dolor, terminé escribiendo historias trágicas; las leo después y recuerdo la tristeza porque me gusta sentirlo todo, solo así tiene sentido vivir. Jamás nada es suficiente y por cada minuto de esperanza me esperan otros tantos años de melancolía, pero vale la pena ese minuto.

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