Tengo mucho miedo de perder. Perderlo a él, a lo que hay y a mí con ello. Le tengo un pavor a los errores fatales que aparecen de la nada y se desatan con un comentario mal colocado, con un pensamiento con una linea puntiaguda lo suficientemente afilada como para cortar las líneas de tiempo que dividen nuestros límites y separan el espacio, que nos colocan en donde debemos estar hasta que sucede la catástrofe.
Me gusta pensar que tengo el poder de evitar esas cosas. Que puedo controlar mi estómago débil y mi sensación de angustia y sofoco cerebral. Me gusta pensar que la normalidad es una fortaleza y que cada vez pertenezco más,
No es así. Le temo a todo desde que me enteré de la fragilidad humana, de la vida y del amor. Desde que me enteré de que un paso en falso derrumba la torre Jenga, me cuido tanto que me descompongo. No me olvido de vivir, pero la vida se encuentra entre esos pequeños espacios que no están llenos de los picos puntiagudos que cortan las líneas de tiempo. En lugar de saltar de una a otra me van cortando a mí y es difícil unir las partes para que habiten en una sola realidad. Los recuerdos y el futuro se unen en un mismo punto mientras otorgan el agobio de toda una existencia con sus correspondientes preocupaciones.
Me canso de cavilar y cierro el grifo. Lavar los trastes siempre te hace pensar en cosas raras, cosas que no deberían ser pensadas.