Recuerdo cuando me veía al espejo y pensaba que si intentaba mejorar cualquier aspecto de mi rostro y físico, me vería convertida en alguien más. Cualquier modificación significaba perder mi esencia, aunque no supiera aun cual era.

Sin tintes, ni maquillaje, ni peines ni estilos exuberantes. Me apegaba a lo clásico que conocía y a las dulces apariencias de niña ingenua. Cualquier cambio, por minúsculo que fuera, me volvería otra.

Tiempo después de que me perdí a mi misma por causas ajenas a las antes mencionadas, más por equivocaciones que por esencia ausente, me veía tan distinta con o sin maquillaje y artificios que ya era siempre igual, pero no la de antes. No importaba lo que aumentara o quitara, se había formado algo completamente diferente.

Empecé a conocerme y a preocuparme más por los excesos que sentía, en contraste con el odio en aumento. Uno es cambiante por temporadas y ciclos, pero al final solo estaba yo con mi propia oscuridad.

Existe una posibilidad de que aprenda a hacerlo bien esta vez. Los sentimientos están desnudos y al alcance de todos, el vacío se incrementa, ¿será hambre o solo cólicos?

Nada es en realidad tan complejo y la aceptación es buena. No hay razón para que situaciones externas me perturben, y menos si los asuntos están bajo control. La paz llega de repente, y está bien no preocuparse por nada más que por uno mismo, no es egoísmo.

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