El dolor carcomía mis dedos y mi cerebro se había ido volando tras una sombra vacía. Me quedé admirando la penumbra mientras mis deseos oscuros surgían.
Pensé en tantos cuerpos, tantas órdenes; hombres y mujeres ardiendo en llamas mientras jalaba el gatillo detonador. La luz lejana se apagaba y la sonrisa de mi ángel se tornaba en burla. ¿Es eso lo que quería?
Le dije a mis múltiples seguidores en un complejo manual lleno de estipulaciones, los pasos que se debían llevar a cabo pero primero diagnostiqué la enfermedad. Como la de las vacas locas, como el cáncer, como el SIDA todo se tornó enfermedad.
Los sentimientos consumen y pierden, no hay un límite para el desastre y yo me detengo aquí, para lubricar el lugar mancillado y que se resbale la angustia, para que me penetre el deleite después de que ya todo esté perdido.
Sus manos se colocan sobre mi cuello y decimos los nombres que teníamos en otras vidas. Él sonríe y sus ojos brillan, se me ilumina el rostro mientras veo como cierra los ojos y abre la boca mientras se une a mí a través de la espalda. Tuerzo el cuerpo para mirarlo, me hago una pequeña bola sacando las nalgas y abrazando mis piernas. Abro la boca y río un poco, le digo te amo y me pega a su cuerpo.
Pienso: es un sueño pero él contesta en voz alta: —Es real. Me dejo llevar y dejo caer mi cabeza hacia atrás para que la puedan cortar. Jala mi parte inferior hacia otro abismo y lo dejo pelear. Se me esfuma la fuerza y miles de gatas comienzan a arañar mi rostro.
Pido ayuda a las personas cercanas pero solo alimentan a mis atacantes. Las gatas me acarician, me muerden, me arañan y me mastican. Yo grito, intento liberarme de su mano en mi cuello pero es muy tarde.
Por placer se pierde a cada segundo una neurona más, pero no importa porque recomiendo que te dejes llevar hasta que no quede más que huesos, cenizas y sangre coagulada. Lubrico más.
Termino en un sendero de hojas muertas, la piel desnuda se parte con el viento de un desierto que no se ve por ninguna parte. Las ramas de los árboles te pegan en el rostro y el fresco río se desborda para convertirse en lodo que te arrastra hacia el lado contrario al que querías ir.
Se siente bien, se siente rico, se siente mal y es un delito. Continúa avanzando.