Se detuvo el tiempo y no pregunté nada, al menos no en voz alta. Estaba dentro de un extraño congelamiento del tiempo que no me permitía distinguir las horas que habían pasado de las que pasaban o de las que pasarían. Sólo seguía escribiendo y mirando la nada, como un autómata colocado en esa nada, tal vez un poco curiosa por dicha fatalidad.
Había ciertas cosas que tocaban a la puerta bloqueada de mi mente, mientras en su interior, el sujeto que controla la locura inherente no les permitía el paso. Hoy no abrimos, hoy no estamos. No era precisamente por estupidez latente, simplemente me dediqué a cansarme hasta que mi mente ya no funcionara más. No pasaba siempre, era como un burn out que solo se activaba de repente. Porque no me funcionaba cuando aparecía su rostro y su aroma guardado en mis entrañas se evaporaba y llegaba hasta mi nariz en un absurdo recuerdo desmemoriador. En ese modo robótico comencé a escribir como maniática golpeando las teclas con furia para no olvidarme del tema de la sociedad de España, la sociedad latina actual, lo trascendente del alma, la voracidad inminente, la muerte, el sentido de todo, se mezclaba con la importancia excesiva que le voy al amor mientras un tonto dice que no me quiere. Seguía escribiendo… la tarea en inglés lograba distraerme por la preocupación de saber decir ¿qué se siente, o qué hiciste? o ¿qué quieres? o al final solo para saber nombrar una maldita fruta que tal vez ni siquiera conocieran en otro país. ¿Y como le decías a todo esto? Yo le decía suerte.
Me perdía en el infinito nuevamente, en una canción que me elevaba y me gritaba Try! Claro que sonaba mejor, sonaba mejor a que me dijeran que lo intente, porque eso ya me lo habían dicho. Nunca en la vida había estado drogada, pero el sueño, la música loca, mi embelesamiento y ¡joder! este sentimiento de que lo extrañaba a morir me hacían pensar que si lo veía me lo comería, que no me importaba lo que haciera o dijera, que me lastimara o me intentara matar, que hiciera lo que quisiera; yo solo quería mirarlo eternamente, besarlo y sumirme en él, tener su esencia y perderme ahí, no en un abismo, no este mundo, no en ningún otro patético humano, no en el cielo, ni en el infierno, no en mi misma, no en una bendita plaza comercial, no en mi cama, no en el café, quería perderme en él, y gracias a eso, todo el cúmulo de reacciones, pensamientos, contexto y ligerezas, proezas, extrañezas, terminaban siendo como una droga, y no se que decía, o pensaba realmente, pero lo estaba experimentando por secciones, en rachas con cierto bombeo de alguna sustancia que bloqueaba mi cerebro mientras la adrenalina y otras hormonas de esas del enamoramiento me recorrían todo el cuerpo, y yo lo sentía, y yo sabía que no era normal para mi, mi cuerpo se sentía diferente y mi mente no reaccionaba de la manera correcta, pero ahí estaba elevadísima y no me importaba decirlo, porque aunque me daba miedo es algo que tal vez siempre había querido experimentar. Sí, lo quería a él, lo quería todo, quería lo que tenía y era lo único que vislumbraba lúcidamente por enfrente de la muralla que me ponía el mundo al decirme que nada es para siempre. No me importaba tanto porque creía en lo eterno, en lo que me podía lograr perder, en lo trascendente, de alguna manera lograba confiar en él.