Pedía perdón al cielo por mi personalidad incauta y por los ojos mirones que desaparecían en la oscuridad pero que siempre vislumbraban lo que nadie más. Un perdón inadmisible por las preguntas que burlaban la intimidad de las personas y que en un punto medio que divide razón y locura, buscan la explicación a cada planteamiento a lugar.

La brevedad renueva el punto de partida de cada suposición anterior, así como las quejas constantes en el servicio a clientes que no termina de abrir. Tal vez así concluyen los dilemas de un siglo: en una llamada telefónica al banco, con duración de una hora y críticas a un sistema que sabes que roba pero no podrías prescindir de él.

Las lecturas me envolvieron hasta que me olvidé un poco de mí misma y quise ser alguien más; en el mundo aquel en que se peleaba por los otros: en la discrepancia entre ser un héroe de novela romántica o una bestia maldita y egoísta determinada por su época y herencia. Los problemas presentes en contextos tan similares pero que distaban por tantos años, realmente llegaban a carcomerme un poco, y terminaba preguntándome mi propia funcionalidad y apocándome en mi propia vida de placer poco duradero pero enajenante. Es que no lo saben, pero la comodidad estanca. Quítense sentimientos y denle a la acción – dijeron.

Siempre me pregunté cuándo iba a comenzar a avanzar.

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