Susana esperaba a que me bajara del auto. Yo no pensaba hacerlo. No tenía sentido llorarle a una tumba. Además, me parecía escalofriante estar en un cementerio. Ella estaba arrodillada frente a una lápida, en completo silencio. En cambio yo, con todo lo sensible que podía llegar a ser, prefería serlo en soledad.
La causa de que Susana no dejara de llorar, era la muerte de su novio. Llevaban juntos más de cinco años, y él tan sólo se fue de repente. Fue en un accidente automovilístico, o eso se decía. Él estudiaba a dos horas de distancia de Susana, mi compañera de departamento, así que la fue a visitar en su aniversario. El novio de Susana manejó por dos horas bajo una terrible tormenta, para poder ir a verla. Así que Susana se sentía demasiado culpable.
Había sido una tragedia que incluso a mí me dolía y no lo podía creer. Tal vez por lo repentino de la situación, por la reflexión sobre lo efímera que es la vida o porque ya me había acostumbrado a ver a Susana acaramelada besando a su novio en la sala del departamento.
Susana llegó a la puerta del auto y me incliné un poco para abrirle.
-¿Nos vamos? – pregunté.
-Sí – se limitó a contestar.
Llegamos en poco tiempo a la casa. Susana se apresuró a salir del auto y entró al departamento. Cuando yo entré, ella estaba inmóvil en el sofá de la sala donde solía estar con su novio.
-¿Liz? – me llamó con mirada triste. – ¿Puedes sentarte a mi lado un rato?
La miré un rato y después me acerque y tomé asiento junto a ella. Se recargó en mi hombro y me abrazó. Agarré su mano entre las mías y le dije que todo estaría bien. Ella volteó a verme con incertidumbre y me quedé muy quieta tratado de analizar lo que podía estar pensando.
Se acercó mucho más hasta que nuestras caras estaban casi frente a frente. Sentí su mano deslizándose por mi cabello, jalando un poco mi coleta hacia atrás y luego empujando mi cabeza hacia ella, mientras yo trataba de hacer fuerza para evitar que me moviera. Sus labios presionaron los míos con fuerza, y comenzó a mover sus manos sobre mi cuerpo, recorriendo mi espalda y acercándose cada vez más a mis pechos. Comenzó a desabotonar mi camisa mientras me seguía besando. Bajó a mi cuello y me empezó a besar sobre la clavícula. Yo estaba en una suerte de shock después de todo lo que estaba pasando, así que apenas y me moví. Después bajó mi sostén y chupó mis pechos mientras sus manos se deslizaban bajo mi falda. Yo correspondía, sin saber por qué lo hacía. Supongo que se sentía bien un poco de intimidad después de todo el tiempo de conocernos. Pero desconocía porque Susana lo hacía, tal vez por el impacto de la noticia reciente, o por soledad. Mientras nos tocábamos desnudas y hacíamos el amor de la manera en la que dos mujeres pueden hacerlo, pensaba en que yo no quería hacerlo, solo me sentía algo sola y por eso no me detenía. Y Susana acababa de perder a su novio, de quien yo estuve enamorada por tanto tiempo.
La culpa se fue acumulando en mi mente al recordar cuando Susana se iba y su novio llegaba al departamento, al recordar cómo nos comíamos como animales en el mismo lugar en donde Susana y yo nos encontrábamos haciéndolo. No me gustan las mujeres. Y extrañaba tanto a su novio, que tal vez me conformé con aquello que él usaba. Me sofocaba, no podía pero quería parar.
Susana se puso de pie para apagar la luz mientras yo me quedaba echada en el suelo. Su cuerpo se abalanzó sobre mí. Sentí un dolor punzante en el estómago, como si me partieran en dos. Llevé mi mano derecha al lugar y se sentía húmedo, era sangre.
-Sé lo que hiciste maldita – escuché murmurar a Susana – sé que mi novio no está muerto y que planearon escaparse juntos – me quedé atónita al escucharla.
-Pero no vas a vivir para quitármelo – dijo mientras sentía más y más dolor en mi cuerpo, tal vez era un cuchillo con lo que me estaba haciendo daño.
La luz se encendió y su novio apareció en la puerta. De inmediato se horrorizó con la escena de lo que estaba ocurriendo.
-Susana ¿qué has hecho? – le gritó corriendo hacia mí.
Su rostro angelical se iluminó ante mis ojos, pero dejé de escuchar. En una imagen borrosa, noté que le quitaba el cuchillo a Susana y la inmovilizaba. Llegó la policía. Él se sentó a mi lado. Le pedí que me besara. Cerré los ojos, sentí sus labios. Y al abrirlos, estaba arrodillada frente a una lápida.