Miré al interior sobrecogidamente con los ojos entornados. Todo se nublaba poco a poco y las lágrimas no dejaban de salir.
No quería nada y me sentía vacía, como si hubiera corrido demasiados kilómetros para llegar a algún lugar y todo se desvaneciera cada vez que me acercaba, como un oasis en el desierto.
No me quedaban ganas de pedir nada, ni decir más. Mi mente se apagaba poco a poco y todo dejó de tener sentido.