Existe una idea de lucha que permanece en el tiempo y ya no hay ideología que me permita estar en paz. ¿Todo se ha vuelto sombrío o es que acaso yo me he quedado ciego?
Un ciclo químico me hace bailar a su antojo a pesar del conocimiento del contexto y de la identificación de un final sin precedentes. Me encuentro cansado de hablar de lo mismo y de ser y hacer solo lo que se tiene que hacer.
Me comenzaron a arder los ojos y ahí fue donde lo noté. Ya había tenido mi colapso mental después de la buena arrastrada mañanera por la cuál siempre llegaba tarde a los exámenes. Ya no sabía ni deletrear.
Veía venir un golpe más en el ambiente, y llegó con una crítica que para tal día no estaba preparado para recibir. Se perdió el orden, y obtuve una aglomeración de perfidias. La práctica ya era inútil y me sentía desolado.
Como de costumbre busqué (o al menos mi cuerpo lo hizo, comenzando por mis dedos temblorosos arrastrándose por la pantalla del celular) una melodía que me alegrara y terminara con mi entonación depresiva, la creciente ansiedad y con la remembranza de las burlas a unos bailes ridículos que efectué en aquellos tiempos del cuerneo constante y consciente. No fue intencional. Ya no quería pensar en el pasado, pero estaba condenado a verlo repetirse como en una especie de bucle.
Elegí (y no tanto tiempo atrás) el constante éxtasis de quien nunca se preocupa. Y así me fui por la vida, con varias horas de retraso, al trabajo y a la rutina. No quería recordar nada, ni leer, ni ver, ni pasar por el río de palabras que me atrasaban y luego me ocasionaban un leve temblor neural. No quería pensar.
Luego de no reconocer ni mi sombra en las charlas cotidianas sobre el romanticismo para cortarse las venas (que también me dejaba vislumbrar que hay peores tragedias), salí al baño cuando sentía que no sobreviviría por esperar el final de la sesión de la clase de Literatura en tiempos de Guerra.
Sentado en lo que se supone se conoce como el lugar en que depositas los desechos de tu cuerpo (al menos algunos), leí los mensajes de unos cuantos pecados del pasado de los cuales lo único que lamentaba era no arrepentirme, y no haber hecho cosas peores, porque pude haberlas hecho. Una suerte de dualidad consumía mis mañanas, cuando luego de la llegada del frío que me despertaba diariamente, cuando intentaba volver a dormir, aparecían esas infinitas posibilidades de fracasar, y aun peor, de que me fracasen a propósito.
Tal vez ella ya no quisiera volver a verme, tal vez se fuera antes de lo estipulado. No concebía que se le pasara el enojo después de lo que hice. Solamente pensaba en lo inevitable, en el fin de todo por la mera estupidez que me seguiría consumiendo cada vez que le fuese permitido. No quería llegar a ese estado, pero tampoco quería irme, porque cuando escapaba y me iba lejos, me perdía a la distancia y eso siempre dolía a pesar de la constancia.
Noté mi fracaso y el de los planes más recientes que surcaron mi mente al sentir el palpitar tan acelerado que podía augurar un infarto. Era el triunfo de la ansiedad. No quería que él me afectara, pero ella lo estaba provocando con su falta de pudor.
El frío llegó a mis extremidades y me senté con las ganas de llorar frente a una computadora, pero no salía nada de agua de mis ojos. -Solo déjalo pasar – intenté susurrarle aunque ella no estuviera ahí. Pero ella no era así, le gustaba el drama y el escándalo aunque lo ocultara o lo negara. Dejé pasar cada vez más minutos en espera de un milagro. Tenía una carga académica extraordinaria, falta de dinero, de vacaciones y otra carguita, pero esa era emocional.
No es fraude, es miseria… es falta de control.