Sucedió de manera imprevista. Después de meses de soledad extrema, solía sorprenderme todo lo que tuviera que ver con hombres.
Las vacaciones casi terminaban y decidí regresar de manera anticipada a la ciudad en la que estudiaba, por cuestiones de mera relajación. Tanto tiempo con la familia me volvía algo perezosa.
Faltaba una semana para entrar a la escuela, así que me dedicaría a explorar los lugares más culturales de la ciudad.
Una fría mañana decidí salir muy temprano para no encontrarme con las conglomeraciones de gente mientras visitaba la Fontana di Trevi, iba con el profundo motivo de depositar alguno de mis deseos más oscuros en una moneda. Ahí fue donde lo vi por primera vez mirándome desde unas bancas cercanas, mientras la torpeza se apoderaba de mí solo pude voltear el rostro súbitamente, lejos de su mirada inquisidora.