Me dolía el intestino luego de mis intentos de ser correcta. En lo que miraba alrededor, las cosas se convertían en monstruos, desde la mochila como duende blanco, que caía de los brazos de alguien, hasta los ruidos de un bebé que parecía intentar hablar a como diera lugar. Y todo se convertía en una sustancia diferente. Nada cesaba de moverse. Se me oprimía el pecho sin explicación, con ruido de fondo, con groserías implícitas y un café durante el cenit. Este problema que parecía tener, ¿era cuestión de salud?
Lo mecánico me calmó, y la indiferencia sació mi sed de tranquilidad ante situaciones inminentes, pero para una mente obtusa, inesperadas.
La presión va y viene, en lo moderno los sentimientos también. ¿Seré afortunada por haber olvidado el concepto indicado durante la sesión con página en blanco? ¿Aún hay salvación para mi o simplemente fue la suerte del estúpido lo que permeó mi llanto? No todo se resuelve y es lo que le enseñé a mi frustración de adolescente durante mi nado en la promiscuidad.
Aún me falta, pero no mucho importa.