Parecía ser la noche más fría y oscura de enero. Pensaba en mi chica y yo, juntos, como en una especie de ensueño. Me llamarían insensato si supieran todo lo que ocurrió y todo lo que tuve que hacer para que pudiéramos encontrarnos en el pasado.
Sus padres nunca la dejaban estar conmigo, así que un día ella sólo decidió escapar. Tenía una buena vida y no era razonable que renunciara a todo por mi. No sentía que valiera la pena arruinar su futuro de esa manera.
La pasamos difícil, pues sus padres hicieron de todo para separarnos, incluso cuando ella ya no estaba encarcelada todo el día.
Una noche peleamos, y ella salió corriendo fuera del cuarto que estábamos rentando, estaba muy cerca de un almacén algo tenebroso. El dinero no era suficiente y me dolía que ella la pasara mal. Le dije que si no consideraba volver con sus padres que la seguían buscando y ella enloqueció pensando que yo ya no quería cuidarla más.
Así que corrí detrás de ella, había tanta niebla, que apenas y podía ver como se alejaba de mí. Me asustaba que estuviera sola en la noche por aquellos rumbos peligrosos. Debíamos estar en un mejor lugar, pero el dinero seguía siendo un gran problema.
Cuando al fin la localicé en una esquina cercana a la calle por la que caminaba, vi a un sujeto enorme acechándola. Estaba tan cerca de ella, que no me quedó más que correr a mi máxima capacidad hasta que logré alcanzarlos. El sujeto era un gorila, sabía que en una lucha cuerpo a cuerpo jamás podría ganarle. Logré que soltara a mi chica con distracciones y le dije que corriera hacia nuestro cuarto mientras trataba de esquivar los golpes lentos pero certeros del sujeto.
El gorila me atrapó y comenzó a golpearme con tal intensidad, que sentía que mis costillas crujían para luego romperse.
Quedé inconsciente.
Cuando desperté estaba en el cuarto y mi chica cuidaba de mi. Me explicó que sus padres habían mandado al gorila para darme una golpiza y que me asustara y me alejara de ella. Eso jamás funcionaría, porque la amaba demasiado como para que el temor me detuviera. Pero ella no pensaba así.
Me dijo que no se perdonaría si algo me pasara, y que lo único que podía hacer ella para protegerme de la misma manera en que yo la protegí, era alejarse.
Intenté detener sus ideas pero ya era muy tarde.
Esa noche perdí a mi compañera de vida, porque eramos demasiado jóvenes para entender los misterios del amor. Mi única ofensa fue amarla, y la suya, protegerme.