Sus vacaciones estaban siendo relajantes. Katsa iba a donde le daba la gana. Esa vez le tocó la playa. Le gustaba mucho hacer el amor con su mejor amigo. Aunque todavía no superaba el hecho de que no fueran exclusivos. Ella no tenía a nadie más y él las tenía por montones. Él era el león y Katsa un simple venado.
Se intentaba convencer de que solamente era algo casual para disfrutar, pero lo amaba con locura. Debía cuidar cada movimiento para evitar un desliz, para evitar perderse en su mirada o en sus caricias. Claro que era difícil, pero prefería enfrentar esas dificultades cada vez que él se conectara con ella hasta ser sólo uno, en lugar de quedarse sin él y terminar con alguien más que no la llenara. Valía la pena el riesgo.
Sin embargo, cada vez que él le contaba de sus aventuras con otras mujeres, su estómago se encogía y ella solo sonreía falsamente.
Cierto día, él le contó que tenía a una mujer exclusiva que no estaba con nadie más. Esa mujer intentaba pelear con Katsa desde tiempo atrás para que ella se alejara de su hombre.
Los amigos de él comenzaron a contarle a Katsa que la otra mujer se acostaba con muchos y que engañaba a su amigo. Comenzó el dilema entre contarle todo y quedar como una simple celosa o fingir demencia.
Al final lo dijo todo y su amigo le dejó de hablar. Era de suponerse que él confiaría en la mujer nueva porque parecía estarse enamorando.
El calendario avanzó con lentitud y Katsa sufrió en silencio hasta que decidió alejarse de una buena vez de toda esa situación.
Sin emabargo, cierto día él le llamó para que hicieran algo juntos.