Creo que la vida sigue y que las críticas deben dar igual. Las complicaciones se me habían metido tanto en la cabeza, que ni siquiera podía hablar. No se vislumbraba nada entre la niebla. La idea de alejarme del tumulto, de los gritos y lo cotidiano, no parecía funcionar. Todo había sido escandaloso. Los problemas no se iban, y si se iban, luego volvían y crecían más.
Había adquirido cierto dolor de estómago crónico, y cada vez que algo se salía de control, ahí estaba el maldito. ¿Qué haría con los años si no sabía que hacer con mi presente?
Todo era un desastre y la duda me consumía. Alguien me dijo una vez que las dudas eran buenas, que los sabios siempre tenían dudas, pero no llegar a nada concreto después de tanto tiempo, comenzaba a parecerme absurdo.
Miles de mosquitos zumbaban cerca pero no picaban. Una barrera de humo inodoro me separaba de la realidad. Lo ambiguo me gusta, porque así era yo. Nunca sé qué palabras usar, qué hacer, ni qué decir. Por eso terminé aquí, en donde las peores decisiones flotan en el aire, en donde puede que recen por tu alma y no pase absolutamente nada, así como en la vida, así en la muerte, y en el limbo.