Miré mi rostro en dos espejos a la vez y no era yo. Lo que completaba la imagen parecía imaginario y cuanto quería formar en realidad no existía.
Mil nubes, dos nubes; la indecisión condensándose. No lo quiero todo pero tampoco nada, el punto medio no existe y la negatividad carcome.
Es complicado no entender cuando algo simplemente no va, cuando se está forzando o incluso cuando parece irreal. Como los sueños, como las pesadillas.
En el espiral de mis deseos me hundo en una traición imaginada, en los impulsos de venganza, entre lo malo y lo bueno que terminan enredando el alma. ¿Qué me queda que no sea la mediocridad?
Me sigue mirando. Ese rostro enjuto que me regaña. Las ojeras se marcan en su tono azulado. No queda lágrima por caer. ¿Eres capaz? – me dice un reflejo. Sé que soy capaz pero no quiero hacer nada. La pesadumbre agobia y cae sobre los hombros, el dolor se disipa para luego volver. ¿Estoy sola? Siempre ha sido así. Y me sorprenden mis demonios diciendo que si todo sale mal, ellos seguirán ahí.
¿Me reconforta? Dicen que quiero morir, que no tengo esperanza y que lo he perdido todo. Tengo lo que quedó en la punta de cada mano y que se cuenta en diez, la boca floja, los hinchados ojos, la cuerda al cuello que se convirtió en cabello. Me queda un vaso de agua y la soledad que tú no tendrás…