Me caben en el cuerpo unos cuantos miedos, cada vez menos. En ocasiones pareciera que es muy tarde y que se va perdiendo de a poco, en un segundo, cuando convence más lo aglutinado y lo pasajero, el vaivén que nunca dura nada. El comienzo de cero es tortuoso pero las noches muy oscuras y frías lo son más.
Fuera del contexto histórico que al mundo le da igual, y de la certeza de que siempre duele y que eso prevalece en las epístolas constantes, solo quería llegar a un punto, tal vez probarlo. Descubrí que solo escribo ensayos, y que me cuesta trabajo respirar, que las tareas simples se me complican y que no vine con manual.
Los demonios eran ángeles, mi conciencia lo repetía a cada segundo que se le era permitido. Hay siempre un momento, cuando pienso en tu sonrisa, en el vino, en las velas, en la comida, en el baile; cuando pienso en el sonido y en la excitación de cada sentido, y ahí me reinicio. Me reseteo a modo fábrica y lo malo se me borra, quedo nuevamente funcional y se reestablece el proceso de respiración automática.
Tus ojos dicen tanto, y no me da miedo que haya conflicto alguno, porque te siento tan cerca y tan mío, que no importa lo demás. Llevaba un buen tiempo atrás queriendo decir algo, callando entre mini versos, deseándote y perdiéndome entre dudas y deleites. Tengo tu mano en la boca, el brazo en abrazo, las brasas como lazo, entre tu cuerpo y el mío, y el movimiento de atrás a adelante. Tengo mil carcajadas, los sueños, las armonías, lo que siempre quise y que no me suelta ya.
Si no estuvieras, la diferencia sería catastrófica, porque en poco haces tanto, y te siento conmigo siempre, a cada segundo, tanto en persona como en mente. No tengo ganas de metaforizar, porque sencillamente me encantas, me haces soñar. De las miles de sonrisas que al día pueda alcanzar, esas miles más una por tu causa serán.