El recuerdo del olvido me bloqueaba la mente. Tal vez se trataba de la muerte lenta de mi sanidad mental, o solo disfrutaba de un contexto que a cualquiera le podría resultar ridículo. Al no conocer la diferencia entre lo bueno y lo malo, y al sentar los cimientos de un edificio lo suficientemente sensual; el juego de palabras que lograba salir de mi boca me daba cada vez menos miedo. Una vocecilla chillona me decía en mi interior que en algún momento estaría convencida de cuanta mentira o verdad saliera de mi, sin siquiera llegar a dudar.
No imaginaba engañarme a mí misma, era ensombrecedor pero iba progresivamente cambiando. Es lo que todos desean en algún momento de su existencia. Borrar el ensamble y llegar a un cielo de golpe, con los montones en acumulación, sentimientos a popa o suprimidos, lo que fuese con tal de que formaran un cúmulo de contratos contrarios a cuanto salió mal en experimentos previos. Debo decir que es un buen procedimiento y de vez en cuando resulta exitoso.