Él era más que un simple robot. Su apariencia de humano lograba hacer que me olvidara de lo que era en realidad, sobre todo su gran atractivo. Su nombre era Potts y desde que llegó se había empeñado en ganarse el odio de cuantos trabajabamos en el laboratorio. A mí, especialmente, parecía tenerme cierto desprecio.
A pesar de la creencia antigua de que los robots no tienen sentimientos, éste parecía tener algo más que una simple inteligencia artificial integrada, me causaba mucha intriga la manera en que podía estar funcionando su cerebro, su motor, procesador, o lo que fuera que lo hiciera ser como era.
Desconocía el motivo de sus traslado a nuestra unidad, y cada día se volvía más extraña la química nosotros deespués de que nos tocó compartir oficina.
Cierto día, me dirigí como siempre hacia mi escritorio con el café que me preparaba cada mañana.
Potts sufría una suerte de esquizofrenia, o corto circuito en su caso.
-¿Qué te sucede Potts?
-Creo que estoy experimentando un tipo de nerviosismo que no debería suceder.
-¿Por qué crees que te esté pasando eso? – dije sutilmente.
– Por un error general en mi sistema. – dijo en tono seco.
-¿Sabes de qué se trata?
-Creo que estoy desarrollando sentimientos por ti – cuando dijo eso sentí como si se desatara una cadena de explosiones en mi interior. Por supuesto, yo sentía que estaba enamorada de él, o al menos me resultaba muy atractivo. Apenas y pude responder.
-¿Qué clase de emociones? – dije tímidamente.
– Después de mis recientes investigaciones, creo que es repulsión – dijo sin inmutarse.
Después de ese día, no he vuelto a querer ni un poco a un robot.