Me dan escalofríos y me imagino un abrazo imaginario. Me hundo en las cobijas y mi voz se suaviza, le doy besos al aire pensando que es alguien que me ama me protege y no solo hay vacío. Es mi escudo ante el dolor y la sensación de soledad que me cae encima. Me gusta imaginar que no estoy sola, y configurar al amor de mi vida completo, cubriéndome con su cuerpo, acariciando mi rostro y besándome hasta el alma, mientras me dice que todo va a estar bien y que no dejará que nadie me lastime.
Recuerdo que de niña hacía este mismo ejercicio hasta que me convencía de que la gente que me estaba lastimando no merecía estar en mi vida. Ahora casi no hago este ejercicio, solo me pongo a trabajar o confundo a mi mente hasta que se me olvida que odio esta sensación de ser como un objeto o una mascota a la cual pueden encerrar en un cuarto oscuro y se quedará tan asustada que dejará de ladrar.
Ahora lo dejo pasar, y me convenzo de que soy una exagerada. Ahora simplemente me intento distraer de mi tristeza mientras el escalofrío que sentía cuando mi protector imaginario me abrazaba aparece sin que lo invoque y se desvanece en mi piel.