Esa mañana se presentó más fría de lo normal. No había nada de desayunar, lo cual solía ser típico en mi hogar desaliñado. El jugo de naranja me pareció perfecto para congelar mis entrañas. Se me ocurrió hacer pan con mermelada para evitar un ardor estomacal ocasionado por más de seis horas de ayuno. Sin embargo, cuando localicé el frasco me di cuenta de que ya no tenía caso. Estaba vacio.
Continué buscando comida por la cocina y lo único que encontre fue un pan mordisqueado. Mi compañera de departamento era un verdadero roedor. Cuando me percaté de que se me hacía muy tarde para ir al trabajo, subí rápidamente la escalera para recoger mis cosas.
Faltaban doce minutos y tendría que manejar como una loca.
Cuando subí al coche me apresuré a encender la calefacción, era uno de esos días terribles. Me agradaba el frío pero no en ese extremo. Llevaba puesta demasiada ropa y ni siquiera me importaba parecer ridícula a pesar de ocupar un puesto importante en el que requerían que usara ropa formal la mayoría del tiempo.
Al llegar al trabajo me recibió Kevin como de constumbre, con el café en la mano y la sonrisa falsa. En ocasiones se le quitaba la flojera y decidía llevarme comida. Cuando eso ocurría lo tomaba como un pequeño milagro.
– ¿Qué tenemos de nuevo Kevin? – le pregunté sobre las investigaciones recientes con una sonrisa cordial.
– Tenemos a una viuda que perdió un tipo de talismán, está histérica, dice que es la representación de una alianza y no se que cosas sobre un secreto que guarda. Yo pienso que es una loca.
– Kevin, no puedes expresarte así de las personas, debemos ayudarla, para eso te pago.
– Tú no me pagas – dijo con tono burlezco.
– Y si tuviera que hacerlo no lo haría por esa actitud tuya – dije sin mirarlo, apresurándome hacia mi escritorio.
– ¿Erika? – escuché que me volvió a llamar.
– ¿Sí, Kevin? – dije con un poco de disgusto.
– ¿Podemos ir a bailar en la noche? Tú sabes de todo eso y necesito aprender porque quiero impresionar a las chicas.
– ¿Qué clase de baile? – dije enarcando una ceja.
– Tango por supuesto – dijo con esa sonrisa molesta que lo caracterizaba.
– Supongo que no tengo nada que perder – contesté sin ganas.
– Maravilloso.
– Ahora ayúdame a averiguar donde puede estar el dichoso talismán de la señora.
– Tengo la dirección del último lugar donde lo tuvo – dijo revoloteando papeles en su escritorio.
– Estupendo, en un momento vamos, déjame alistar los documentos.
Metí lo que utilizaríamos en un folder, solíamos tener este tipo de trabajos peculiares, de gente que creía en magia y cosas antiguas. Yo me catalogaba como una escéptica.
Puse mi bolso en el escritorio y algo extraño sucedió. Pesaba demasiado. Abrí el bolso con precaución y vi una piedra roja brillante, no era muy grande, pero al tratar de sostenerla, sentí un peso mayúsculo. Según los documentos correspondía a la descripción del talismán de la viuda. ¿Qué rayos hacía ésto aquí?
Volví a tomar el talismán en mi mano con un poco de esfuerzo por el peso, lo apreté levemente y sentí un mareo muy fuerte. Me di la vuelta para mirar a Kevin y preguntarle que había pasado. Tal vez habia sido un temblor.
Pero al momento de girar, lo que vi en el lugar en donde se encontraba Kevin, fue a un viejito que leía el periódico.
– ¿Y Kevin? – le pregunte anonadada al viejito desconocido.
– Erika deja de estar bromeando, ya estamos muy grandes para eso.
– ¿De qué me habla?, ¿quién es usted?
– Eres una vieja prepotente – dijo torciendo el rostro y esbozando una sonrisa, la sonrisa de Kevin.
– ¡¿Vieja?! – grité asustada al darme cuenta de lo que estaba pasando. Corrí al baño y cuando vi mi reflejo no me vi a mi. Era la viva imagen de aquella viuda que alguna vez perdió el talismán de la juventud.