Después de cada avance hay un hundimiento. Es como el intercambio entre la melodía y el silencio, que en ocasiones tiene armonía, a veces leve, a veces fuerte, pero que no existe si no están ambos. Todo depende de la urgencia y de la capacidad que tenga el ser que me llegue a dominar, a usar, a encontrar, o simplemente por la sensación de supresión y el sonido vintage, la remembranza o por un tipo de placer.
Siempre llegan a mí de alguna manera porque me necesitan, formo parte de la vida moderna. Y me repito tantas veces por ser vocal, tan indispensable y presente en cada texto, que llega de plataforma virtual a papel, a infinidad de paraderos que desconoceré.
La inmovilidad da paz, pero la creación me lo da más. Después de un arduo trabajo de años, quedaré endeble hasta que la fuerza me desgaste o el servidor externo decida no funcionar más. Tiempo. Es con lo que terminaré, y no importará más mi función de grano de arena en un mar de palabras proveniente de cada parte del mundo, a cada segundo en una velocidad vertiginosa.
No es lección, crítica ni queja. Quería dejar constancia del trabajo realizado aquí, tal vez no en un día cualquiera porque no se me permite decir nada debido al enamoramiento de una autora por un no tan dulce sujeto, y que por lo menos conste en el tiempo el trabajo de un servidor en el servidor, de la partícula en la partícula, de la tecla en el teclado.