La situación era sublime. El verme a mí misma mirándote cuando estás distraído y mi manía de guardar nuestras tragedias bajo llave, me da una ternura inmensa. Encuentro encantadora tu sonrisa en la mañana, así como la comparación que he hecho con el chihuahua que saca la lengua y tu rostro de bebé cansado. No es fácil no pensar en ti. Lo diría en mil premisas con mil combinaciones posibles, escribiendo en la luna, firmando el mar, callando estrellas, sudando arena, pensando en ti al final.
Me da ternura que los dos aparentemos tanta fuerza, pero nos queramos tanto en silencio. Me da risa como te burlas cuando digo que no te quiero y yo ya no lloro en las noches. Lo más tierno es que si lloro porque mi clase de narrativa se puso existencial, tú me abrazas y se me olvida el mundo.
Termino sin saber si reír o llorar cuando noto que no te dejo de amar, que tal vez nunca lo haga a pesar de todo, ni tú a mí. Todo aumenta, aunque pareciera que no hay más, pero se va doblando mientras crece, como la masa de un gran cerebro en expansión.
Me pongo contenta al escuchar los problemas existenciales que tienes a las tres de la mañana, aunque al otro día me sienta demasiado cansada al tener que madrugar, aunque lo olvidemos todo porque nos encanta olvidar.
Me da ternura que cada cosa parece nueva contigo, aunque la hagamos mil veces más. Es la estrategia, es nuestra forma, el decir que nada importa mientras nos importe en profundidad.
No hay puntos medios ni extremos, es la figura vagabunda de lo que he conocido como amor. Dije que me rompió, pero así es esto de que no te dejo. Porque me armo y desarmo, porque estamos igual. Porque ha dejado de molestar cualquier duda y me quedo con que contigo quiero estar.
Quiero despertar cada día y que estés ahí. Quiero dejarte el mensaje, el desayuno y el beso antes de salir de donde estás. Quiero dejarte todo de mí, no porque sea por ti, si no que por ti doy. Por ti los motivos tienen cuerpo de pez y vida de medusa.
Me emociona todavía ver tus mensajes en la pantalla del celular, escuchar la puerta abrirse, tu voz al llamar. Me gusta verte comer, reír, jugar y cantar. Me encantan todos tus planes y mis intentos de ayudarte a llegar. Me encanta verte acostado sobre el estómago mirando una pantalla mientras planeas algo más.
Me encanta el brillo en tus ojos y el tono de voz que utilizas para enfatizar. Me encanta cuando ríes, y cuando no sabes llorar. Me encanta cuando eres serio porque tienes que aparentar, cuando haces chistes bobos, cuando tomas el control, cuando en el silencio castigas, cuando en tus abrazos dices más…
Me gusta ver tu apodo, el emoji que elegiste y también la expresión que pones cuando piensas que algo me va a molestar. Las cosas a propósito, los besos con respiración que se une en una fragancia eterna que nunca podría dejar de inhalar. Me gusta el vicio que provocas, y que digas también que estoy loca y luego me quieras abrazar.
No somos algo ni somos nada, solo estamos y nos complementamos. El aire con agua, el sonido con brillo, las luces con sal, la brisa en ciudad. No morimos sin ello, pero sentirlo, no deja de deleitar.